Es esta generación la que se va a “sacudir” de la estructura religiosa, y a levantar la voz diciendo que Dios no es un impostor, que el evangelio de Dios es real, glorioso y posible de vivir. Esta es la generación que le va a devolver la Iglesia a Dios. La Iglesia no tiene la libertad de redefinirse; solo tiene que dar a conocer la vida del Hijo que habita poderosamente en ella, como el tesoro de infinito valor, demostrando que lo que satisface no son los regalos añadidos, sino la gloria de su Santo Nombre.